En la planta alta de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria todo parece dispuesto para la llegada del
poeta. Los objetos queridos están ahí: sus libros, sus bastones, una colección
de chalecos confeccionados por su sastre particular con telas excéntricas
traídas de Europa (o donde hubieran viajado sus amigos, que se las
obsequiaban), una colección de figuritas de Charlie Brown, la gran lupa con la
que continuó sus lecturas y su escritura pese a la enfermedad de la vista…
Están incluso ahí sus secretarias, Paloma Guardia Montoya y Silvia Carrillo,
como esperándolo, a las que al entrar solía pedir que pasaran con él, cuaderno
en mano, para el dictado de una traducción o un poema.
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