Al principio fue el honor. Al marqués de Villena, y sus
siete amigos de tertulia, les escocía que la decadencia política contaminase el
reino de las palabras. Invariablemente en cada sesión que celebraban en el
palacio de la madrileña plaza de las Descalzas acababan asomados al vacío:
España carecía de un diccionario digno de su lengua.
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